lunes, 10 de agosto de 2015

Cómo enseñar a comer a un tiquismiquis

Un manjar para mí, una pesadilla para un tiquismiquis.

Supongo que todo el mundo nos hemos cruzado en algún momento de nuestra vida con ese amigo o familiar insufrible al que no se puede llevar a comer a ningún lado porque todo le parece mal, le gustan aproximadamente dos alimentos y convierte en una agonía cualquier evento que implique comer socialmente. Puede que incluso seáis ese familiar y amigo insufrible.

Para los que sois así, por favor, plantearos a dónde dirigís vuestra vida. ¿En serio queréis estar limitados socialmente porque nunca habéis aprendido a tolerar una comida con cebolla? ¿Os parece sano? ¿Viable económicamente? Y si no es por vosotros, pensad en vuestro futuro: ¿qué daríais o dais de comer a vuestros hijos? ¿Queréis niños obesos y con riesgo de diabetes desde pequeños, con una esperanza de vida digna del medievo? ¿En serio queréis hacer cargar a vuestros seres queridos con alguien que seguramente acabará con problemas de salud porque quiere?

Aprender a comer es IMPORTANTE. Lo que comemos afecta a todo nuestro organismo: ciclos de sueño, niveles hormonales, neurotransmisores, generación de fibra muscular, acumulación de grasa. Afecta a nuestra salud, porque lo que ingerimos son los "ladrillos" con los que construimos nuestro cuerpo. Y aunque seas una persona que a los 20 puedes comer basura sin mayor problema, si a los 40 sigues comiendo basura, en general no vas a acabar bien. A eso hay que sumarle el sobrepeso que suele ir asociado a que lo único verde que comas sean chicles de melón, todos los traumas relacionados con la imagen, etc.

Para los que tenemos que tratar con este tipo de personas, yo personalmente elijo dos caminos: si la persona ve este comportamiento como un problema y lo quiere cambiar, le enseño a comer. Si la persona no ve este comportamiento como un problema o lo ve pero no lo quiere cambiar, mantengo a esa persona a distancia. No va a ser mi mejor amigo/a, seguro. Os puede parecer muy radical, pero en general alguien que no es sincero consigo mismo o no aspira a mejorar no es alguien que encaje bien con mi personalidad. Y sólo faltaba que me encariñe y se me muera pronto. No-no-no.
¡Fus, fus! (y aquí algo de lenguaje corporal japonés)

Cómo enseñar a alguien a disfrutar de las verduras en tres sencillos pasos

Primero un poco de teoría. Si no te interesa, puedes saltar directamente a los pasos, pero considero que entender el por qué siempre ayuda al aplicar el cómo.

Tenemos un motivo evolutivo para no querer verduras de pequeños: no sabemos qué plantas son venenosas y cuáles no. Tenemos que esperar a que nuestros padres, mediante la educación, nos enseñen qué plantas sí podemos comer. Tengamos en cuenta que a NADIE le gusta la cerveza la primera vez que la prueba. Ni el café, ni el vino. Tanta planta, un sabor áspero... Nos tenemos que acostumbrar. Pero rara vez ves a un tiquismiquis diciendo que no quiere café. Para acostumbrarse a eso sí tenemos paciencia, porque necesitamos la cafeína para funcionar en nuestra sociedad adulta. Sin embargo para aprender a apreciar el brócoli* no tenemos ni dos minutos.
Enseñar a comer a un tiquismiquis no es obligarle a comer mientras le dan arcadas. No es conseguir en tres días que se coma un hervido con cara de asco. No es que se coma una ensalada rancia mientras rumia con cara de caballo enfadado.

De-li-ci-o-so...
Es enseñar a la persona, con un poco de voluntad por su parte (¡O incluso puede aprender por sí misma! ¡Shock!), a apreciar los diferentes sabores e incluirlos en su dieta. Igual que ya no sólo toleras lo amargo de la cerveza, sino que lo buscas, también puedes aprender a apreciar la textura crujiente de un pimiento rojo crudo o el sabor tan particular de una alcachofa. Además, una vez tu cuerpo recibe input sano por gusto, y no por imposición de una dieta o similar, empieza a "pedirte" que comas mejor. Empiezas a mirar con náuseas la décimosegunda pizza congelada de la semana y ves que los tomates en la verdulería te ponen ojitos. Y cuando por fin vences la pereza y te haces un maldito gazpacho, te sabe a gloria.
 
Después de tanto rollo, aquí viene la magia de enseñar a alguien a comer y a querer lo que come:

Paso 1:

Compra alimentos frescos, de temporada y de la mayor calidad posible. Esto es clave. Si sólo has comido alcachofas de lata en una pizza mediocre, es NORMAL que no te gusten. Entre un tomate que ha madurado al sol y te han traído a los pocos días y las porquerías maduradas artificialmente que te venden en el supermercado hay MUNDOS de diferencia. Si compras fruta o verdura fuera de su temporada, vendrán importados de lugares lejanos, en contenedores de barco, recogidos verdes y madurados artificialmente en el almacén de llegada. No sabrán a nada. Es mejor que comas más tomate en verano y más boniato en otoño, ya que a la inversa estarás comiendo cosas muy sosas, por mucho que nos lo ofrezcan todos los días del año. Di no a la comida enlatada. Hervir unos garbanzos no es tan sufrido, y luego podrás hacer un hummus que quite el hipo. Cocinar una bechamel son 10 minutos y sabe a gloria. ¿Cómo puede ser que haya demanda de bechamel en BOTE? ¿Estamos tontos?

Paso 2:

Introduce los alimentos que no te gustan mucho, poco a poco, en tu dieta. Cuando cocines macarrones, échale un poco de cebolla picada a la salsa. Cuando te acostumbres y te guste, échale un poco de ajo picado también. Poco a poco. Busca recetas simples, de cosas que te gusten, y añádeles pequeños trocitos de coles de bruselas (Naturales. Las congeladas es normal que no gusten, tienen textura de zapato, pero se toleran cuando echas mucho de menos el producto natural). Es mejor que cocines poco, cosas sencillas: si tienes que hacer unos canelones de espinacas, al final nunca comerás espinacas porque hacer canelones es MUCHO trabajo. Pero si le echas un puñado de espinacas a un revuelto, con aceitito, pimienta y piñones, empezarás a amar las espinacas. Poco a poco tu paladar se irá acostumbrando a los distintos sabores, aunque al principio no te gusten mucho, luego no te disgustarán, y posteriormente te acabarán encantando.

Paso 3:

Sé creativo. El problema es que la mayoría de gente, las verduras las come MAL. No hagas el típico hervido sosaina en que la verdura pierde su forma de ser y se convierte en una amalgama puretosa de patata descuajeringada, acelgas descompuestas y pasta de brócoli. Si cocinas la verdura hasta extraerle el alma y convertirlo en cartón mojado como acompañamiento a tu pechuga de pollo a la plancha, es normal que no te gustasen las verduras hasta ahora. Hazte una quiche de calabaza y puerro. No te hagas una "ensalada verde" de lechuga rancia, un par de trozos de tomate y unos cachos de cebolla. Haz una ensalada de rúcula, parmesano, fresa y vinagreta de miel. Si estás aquí es que tienes Internet, busca recetas sanas y fáciles, hay mil. Pruébalas todas, házselas probar todas a tu tiquismiquis de elección.
Todo esto quizá os parezca una exageración, pero es una técnica que he usado con parejas y compis de piso desde hace años. A la mínima que la persona tenga un poquito de apertura mental, rompes barreras. La comida buena y bien cocinada gusta a TODO EL MUNDO. Cualquiera con ganas de aprender a degustar cosas nuevas, si están bien cocinadas, las acaba apreciando por raro que le parezca el sabor en un primer momento. Y si la receta que les has ofrecido es sencilla, poco a poco la irán haciendo también en su propia casa. Enseñar a la gente a comer es vital en esta sociedad en que tenemos cada vez más problemas por lo mal que comemos, así que con un poco de ganas, puedes cambiar la vida de alguien de tu entorno que no sepa como cambiar. Si perdemos tiquismiquis, todos ganamos en salud, física y mental.

Mi reino por esta ratatouille...


*Rompo aquí una lanza a favor del brócoli, esa maravilla de la naturaleza tan demonizada en occidente, mientras en Japón los niños lo comen alegremente sin que les metan esa fobia social desde pequeños.